Mis más allegados ya lo saben, pero los más alejados no.
Les cuento: Soy fumadora de dos paquetes diarios (Digo esto con la cabeza gacha y los mofletillos colorados) y hace dos semanas tomé la determinación de no fumar más...
Esta cara se me quedó la primera mañana que me levanté (como cualquier otro día), me eché algo de agua por encima (como cualquier otro día), preparé el desayuno (como cualquier otro día) y me tomé el café... Ahí comenzó el infierno!!! Como ningún día de mi vida, después del café no había nada entre mis dedos ni entrando en mis pulmones!!! Sí, la de arriba es la cara que se me quedó al pensar que todos mis desayunos iban a ser así de sosos.
Porque, sí ¡¡¡me gusta fumar!!! ¿No podían gustarme las judias verdes o el brócoli? Pues no, a mí me gusta una cosa que es cada vez más cara y que cada vez hace más daño al organismo.
Van pasando las semanas y a ratos recuerdo el tabaco, no como los primeros días, que tenía presente las 24 horas que no podía fumar. Ahora sólo me acuerdo a ratos. Pero que ratos más malos. En esos momentos en que huelo un cigarro que pasa por mi lado o veo a alguien en una terraza viviendo ese momento supremo que es combinar un café con un cigarro... Si llevara tabaco en el bolso, fumaría, estoy segura. En esos momentos, siento que estoy a punto de caer...
Pero no, aguanto como una jabata, saco un chupa-chups del bolso, respiro hondo (que ahora puedo, antes no) y tiro pa'lante. El problema es ese, que cada vez que me da la ansiedad por fumar como pipas, chupa-chups, chicle, patatas, almendras garrapiñadas, pizzas (tres o cuatro), donuts, cotufas... Todo lo que caiga en mi mano... Y mi imágen está cambiando un poco...
Díganme que no importa que engorde, que lo importante es la salud y el dineral que me ahorro. Denme ánimos y cuando me vean por la callen, además de los ánimos, denme chucherías.